La competición global que los paÃses han iniciado por devaluar sus monedas y asà reanimar el pulso de sus economÃas por la vÃa de las exportaciones, una práctica tan peligrosa como inútil, fue bautizada hace un par de semanas como la Guerra de Divisas.
Todos los paÃses quieren tener una moneda más débil para exportar más que sus vecinos, esta práctica es un nuevo estadio de la crisis que estalló hace tres años y que amenaza con profundizar los daños que sufre la economÃa globalizada. Por eso esta semana los responsables de los organismos económicos internacionales han dado la voz de alarma y piden cordura y el fin del intervencionismo en el mercado de divisas.
China y Japón son los dos polos principales de las devaluaciones competitivas, aunque no los únicos, ya que otros muchos paÃses llevan semanas interviniendo para evitar la libre flotación de sus monedas.
También está el hecho de que los bajos tipos de interés en los paÃses desarrollados han provocado una salida masiva de capital hacia los emergentes, buscando rentabilidad. Esto, sumado a la mayor fortaleza económica de los paÃses emergentes, presiona al alza sus divisas y merma su competitividad exterior.
El dólar, divisa de referencia, es la otra pieza clave. En mÃnimos de quince años frente al yen y de ocho meses contra el euro, un billete verde débil dificulta las exportaciones al resto de paÃses. Alemania acaba de alzar la voz para denunciar no solo que el valor del yuan no es real, sino que tampoco lo es el del dólar, lo que está perjudicando notablemente las exportaciones germanas.
La solución a esta guerra comercial encubierta se deberÃa corregir el valor de las divisas, de modo que las monedas de los paÃses emergentes fueran más fuertes y las de los desarrollados más débiles. Este parece ser el camino para frenar la guerra cambiaria